No quiero volver a la
normalidad
Siento que no se habla de lo importante.
No se trata de vencer al coronavirus, ni siquiera de cómo voy a sobrevivir este
mes. Se trata de cuestionar nuestro modo de vida para poder seguir viviendo más
allá de un mes, de un año o una década
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Carlos Candel
11/04/2020 - 20:29h
Pues yo, lo siento, pero no quiero volver a la "normalidad". No
anhelo volver a las caravanas diarias para ir al trabajo, a pasar menos tiempo
con mi familia, ni a ver la "boina" negra amenazando el cielo de
Madrid, a una educación segregadora y con ratios insostenibles, a la
precariedad de la Sanidad, al elitismo de que gane más el que más dinero sea
capaz de producir menospreciando labores tan fundamentales en este crisis como
las de limpiar, reponer o entregar productos, cuidar a los mayores... Detestaría
regresar a la orgía de consumismo compulsivo y sin sentido que nos hacía
comprar productos innecesarios y de mala calidad, fabricados en países pobres
por personas pobres en condiciones de semiesclavitud, para que otros puedan
seguir acumulando sus riquezas, sólo por el hecho de que esas prendas son
baratas y de temporada.
Tampoco quiero recuperar esa proximidad ficticia que nos hacía llamar de
vez en cuando y casi rutinariamente a nuestros familiares más cercanos, sin
importarnos realmente por sus vidas; ni a cruzarme de nuevo con los vecinos en
el ascensor sin mirarnos a los ojos y sonreírnos, conscientes de que la vida
nos pasa a todos. Ni a seguir viviendo ajeno al resto del mundo, encapsulado en
mi "privilegiado" modo de vida. Ni a continuar viendo a los
inmigrantes con miedo, como enemigos a los que hay que cerrar el paso con
concertinas o muros. No, no quiero volver a la normalidad de la que todo el
mundo habla.
No deseo seguir mirando para otro lado y fingir que no pasa nada, que
estamos bien, que todo va a salir bien. No quiero resignarme a aceptar que todo
se arregla con una vacuna o con una aplicación de geolocalización en el móvil
que controle todos nuestros pasos. No quiero seguir escuchando excusas para no
hablar de lo importante. No puedo tolerar que haya quienes, por sus propios
intereses, mantengan el discurso del negacionismo, pero pretendan mantener las
políticas del darwinismo social que están provocando más pérdidas humanas.
Volver a esa normalidad en la que se siguen talando árboles y seguimos
destruyendo la biodiversidad, en la que seguimos destruyendo el planeta y a
gran parte de la humanidad con guerras y explotación por fines económicos. No
quiero seguir promoviendo la desigualdad y la injusticia, el abuso al que
estamos sometiendo a otras especies animales. Ni pensar que el cambio climático
nos queda muy lejos.
Estos días vemos en los medios de comunicación algunas noticias sobre la
recuperación de los peces en los canales de Venecia, los delfines en los
puertos de Cagliari o el regreso de especies en vías de extinción a algunas
costas. Y parece que todo esto fuera una consecuencia anecdótica de lo que nos
sucede. Como un "anda, mira, qué bonito" que nada tiene que ver con
nuestra forma de vida, con nuestra propia supervivencia. No quiero volver a la
normalidad de playas colonizadas por sombrillas, canales turbios y puertos
contaminados. Esto no es una anécdota, es sólo un reflejo de lo que nos pasa. Y
lo que nos sucede es que no sólo podemos perder nuestra forma de vivir, sino
que está en riesgo la vida de muchas personas, tal y como han estado alertando
muchos científicos durante estos últimos años.
Siento que no se habla de lo importante. No se trata de vencer al
coronavirus, ni siquiera de cómo voy a sobrevivir este mes. Se trata de
cuestionar nuestro modo de vida para poder seguir viviendo más allá de un mes,
de un año o una década, y de que nuestros hijos, hijas y aquellos que están por
venir también puedan hacerlo. Y, para ello, lo que debería de estar encima de
la mesa es que no podemos seguir consumiendo de esta forma.
No podemos seguir devastando los bosques para plantar cereales que dan de
comer a los animales de los que nos alimentamos; ni explotándolos en granjas en
condiciones de extrema insalubridad que aumentan los riesgos de causar
enfermedades; ni sacrificarlos en espacios de tiempo cada vez más cortos que
provocan que los virus necesiten aumentar su agresividad y la velocidad de
transmisión para continuar con sus ciclos vitales; ni contribuyendo a mercados
negros de especies exóticas sólo por el capricho de tener en casa un raro
animalito que decora muy bien mi habitación, y cuya presencia no hace más que
acercarnos (a nosotros y a nuestros animales) a enfermedades de las que ni
habíamos oído hablar y que ahora amenazan con romper de un plumazo todo lo
construido; ni utilizando cada día transportes que, a causa de quemar
combustibles fósiles, lanzan al aire agentes contaminantes que son los
perfectos vehículos de propagación de agentes patógenos por todo el mundo; a
seguir plastificando el mar y nuestros acuíferos, plásticos que terminan
degradándose y formando parte de la sal que condimenta nuestras comidas o del
agua mineral embotellada que bebemos porque la del grifo no nos parece
suficientemente fiable...
Porque el coronavirus pasará, más tarde o más temprano. Y no se trata de
ser catastrofista, los hechos acontecidos no nos permiten seguir negando las
evidencias, que a estas alturas ya parece que se quedaron cortas. Todo apunta a
que vendrán nuevas pandemias, a que el calentamiento global ya está aquí y no
estamos haciendo nada para amortiguar su efecto imparable. Y seguimos sin
hablar de lo importante: ¿qué vamos a hacer para NO volver a la normalidad?
¿Qué vamos a cambiar para garantizar nuestra supervivencia y evitar el
sufrimiento de tantas personas?
Sé que esta crisis va a traer unas consecuencias nefastas, sobre todo para
los más vulnerables. Y sé que es difícil pensar en todo esto cuando estás
afectado por un ERTE o corres el riesgo de tener que cerrar tu empresa familiar.
Y mucho más aún si has perdido a alguien y no has podido despedirte, o tienes a
alguien a quien quieres enfermo y completamente aislado en el hospital o en un
pabellón de un recinto ferial. Sé que es difícil imaginar una normalidad que no
sea de la que venimos. Pero habrá que ser creativos. Porque lo que no hemos
entendido es que no vamos a volver a "lo de antes", porque cuando
podamos salir, tendremos heridas. Algunos habrán perdido a sus seres queridos,
otros sus empleos y otros sufrirán aún más precariedad y recortes en sus
libertades con la promesa de mantener nuestro "ideal" estilo de vida.
Un estilo de vida que, por supuesto, es mejor que en otros lugares del planeta.
Desde luego, y lo es no porque aquí seamos mejores o tengamos más suerte,
sino porque nuestro estilo de vida depende en gran medida de su precariedad y
de su pobreza. ¿O pensamos que nuestros móviles, nuestra ropa, nuestros coches,
nuestras verdura. costarían lo mismo si quienes las producen vivieran en las
mismas condiciones que nosotros? Podemos seguir mirando para otro lado, como lo
hemos hecho hasta ahora, podemos seguir queriendo "volver a la
normalidad", pensar que la Covid-19 es una pequeña anomalía en nuestro
camino. Lo que no hemos comprendido es que eso ya no es posible. De esta forma,
lo único que conseguiremos es alargar el desastre, posponiendo un sufrimiento
que nos va a ir llegando a cuenta gotas y que, al igual que en el experimento
de la rana escaldada, cuando nos queramos dar cuenta, ya no habrá marcha atrás.
Por eso, me gustaría que no volviéramos a la normalidad, que no cayéramos
en el fatalismo de que no se puede hacer nada, de que ya está todo decidido.
Puede que así sea, pero me resisto a ello. Y una vida distinta, una vida que
garantice nuestra supervivencia de verdad, que ponga por delante el bienestar
de las personas y el cuidado mutuo a la acumulación de capital, que apueste por
la Naturaleza y no la destrucción de ésta, no tiene por qué ser peor que la
normalidad que vivíamos antes del confinamiento. Quiero salir de casa, no voy a
negarlo, como todo el mundo, y ver al resto de mi familia y a mis amigos, pero
no quiero que el coste de mi libertad, de todas nuestras libertades, se salden
con una condena mucho mayor a corto o medio plazo. Tendrán que cambiar muchas
cosas, eso sí: nuestra relación con el medio ambiente, con el consumo, con las
comunicaciones... Y quizás tengamos miedo, pero espero y deseo no volver a la
normalidad.
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